Entrevisté a Gabriel Ferraté i Pascual en 2017, cuando yo estaba escribiendo una tesis de cuyo tema prefiero no acordarme. Fui a verle a su casa. Sus conocidos y su reputación me habían prevenido de que era un hombre muy importante, pero quien me abrió la puerta fue un señor despeinado, con unos ojos azul excéntrico y un aire de inventor distraído. Me dijo, “pasa, pasa. Estoy descargándome unas películas”. “¿Películas?” Pregunté. “Sí, películas. Últimamente me descargo todas las películas que encuentro, y las almaceno en discos duros. Mira, aquí los tengo”, y me enseñó una montaña de metal hecha de viejas unidades de almacenamiento. Con mi seguridad de veinteañero, intenté darle una lección de informática:  “¿Pero sabe que puede verlas en streaming, es decir, en vivo en la red. Ya no hace falta descargarse las películas para poder verlas.” “¿Quién ha hablado de verlas?” Me respondió de inmediato. “A mi lo que me gusta es almacenarlas.”

Pasamos a la sala y tuvimos una conversación que en su momento no entendí, que tal vez no entienda nunca, pero que recordaré para siempre. Por aquel entonces había logrado entrevistar (mediante trampas y favores) a algunos de los sabios más eminentes del país. Todos ellos me dijeron cosas muy interesantes, pero él fue el primero que me dijo “no lo sé”. Los otros me habían hablado de lo que sabían; él me habló de su ignorancia. Su primera frase fue “yo no sé nada de estas cosas”, y la última “¿Cómo puedo saberlo? Yo en principio creo que no, pero podría ser. Pero creo que me equivoco”. En algún momento en el medio de la conversación me dijo: “la verdad no existe, probablemente, y además no estoy seguro”.

Nos volvimos a ver al día siguiente. La UOC, la universidad por internet que él había fundado antes de que internet fuera internet, le concedía un doctorado honoris causa a un médico ilustre, y le habían pedido a Gabriel que asistiera como invitado honorífico. Yo fui en calidad de acompañante. Para añadir una escala adicional a ese concierto de reconocimientos y halagos, una persona con un título imponente pronunció un discurso sobre su trayectoria profesional: “ministro de universidades, uno de los principales ingenieros españoles, rector de la UPC, fundador de la UOC…” Él se quedó dormido y sólo se despertó con los aplausos del final, a los que se sumó con una sonrisa de cómico. Los asistentes vieron en su cansancio uno de los pormenores de la vejez, pero yo sabía que había pasado la noche en vela editando la entrevista que le había hecho un universitario desconocido. Cuando le pregunté si quería que le informase de lo que estaba sucediendo, negó con la cabeza y añadió: “si la gente aplaude tanto es que deben estar repartiendo honores. ”

Más tarde nos invitaron a comer con algunos académicos notables y otros miembros de la universidad y de la vida pública catalana. En la mesa se dijeron cosas muy destacadas, pero Gabriel parecía más interesado en un montaje que había organizado sirviéndose de tenedores, vasos, y servilletas. “Se pueden construir máquinas con lo que sea”, me confesó en voz baja. “Sólo hace falta un poco de imaginación.” Era un ingeniero con espíritu artístico y vocación de metafísico: “Casi todo puede convertirse en una máquina. Ahora bien: ¿nosotros somos máquinas o no? Es una pregunta que me acompaña desde hace tiempo. Y aún no tengo ni idea”. Luego permaneció absorto en sus construcciones hasta que oyó la conversación de unos científicos, que desde la otra punta de la mesa hablaban de un nuevo grado de ciencia política que habían inaugurado en la universidad. Reprochaban a la política ocuparse de temas menores y no le reconocían el estatus de ciencia. “La política no puede compararse con el estudio de las galaxias o la evolución. ¿Qué es una ideología comparada con los misterios de la vida y el universo?” Gabriel les interrumpió educadamente: “No estén tan seguros. En la política unos gritan blebleble y otros gritan blablabla. ¿Quién tiene razón? Ese sí que es un misterio profundo.”

Gabriel Ferraté i Pascual ha muerto en Barcelona el 11 de Febrero de 2024.