Lo primero que pensamos al entrar en contacto con el nuevo álbum de C.Tangana es en su nombre, El Madrileño. Es un nombre extraño, tal vez más para los que no somos de Madrid e imaginamos al típico hombre de la capital de otra forma, tal vez más puesto, menos sombrío. Sabemos que el madrileño medio es un sujeto notablemente difícil de definir, quizás por el tamaño de la capital, por su situación geográfica, por la inmigración de los últimos años que acaso ha convertido a Madrid en la ciudad más anónima de España. Esa es la extrañeza que sentimos al pensar en lo que representa “El Madrileño”: un hombre anónimo dentro de una ciudad anónima, algo que debería ser casi imposible de imaginar y sin embargo resulta singularmente conciso.

No sé si repetir que C.Tangana ha vuelto a sorprender con el lanzamiento de este álbum; a estas alturas sería audaz llamar sorpresa a algo que viene sucediendo desde el inicio de su carrera. C.Tangana (notamos en la C. la ausencia del nombre) ha sido o es Crema, Pucho, Antón Álvarez, y ahora, El Madrileño. Empezó rapeando en la universidad, se mudó al trap y la música urbana, saludó al Punk en un single, y se hizo conocido en el extranjero por temas de Reggaeton. Sus letras juntan alta y baja cultura, apelando al mainstream y a sectores experimentales por igual. Más que una sorpresa, el último viraje hacia expresiones musicales tradicionales parece una progresión obvia en la obra de un artista que se caracteriza por encontrarse en constante huída de sí mismo.

Desde este punto de vista, me gustaría comentar un par de ideas que he visto en la prensa con particular insistencia y que entiendo incompletas: que C.Tangana ha completado su metamorfosis con este último álbum, volviendo a las raíces, y que el cantante de Madrid (ya no podemos llamarle rapero, o reggaetonero), lejos de experimentar con nuevas masculinidades, está estancado en una producción musical testosterónica y sexista.

Empiezo por el primer juicio, que se me hace también el más difícil de resolver. Creo que la primera reacción es de simpatía. Hay una cierta sensación de que C.Tangana es más C.Tangana ahora que nunca, que de alguna forma este álbum armoniza el despliegue de personalidades, a menudo contradictorias, con las que venía experimentando desde hace un tiempo. Y la inclusión de otras nuevas: en el nuevo álbum hay tantos colaboradores que la figura de Antón Álvarez se diluye en un mar de voces, con varias canciones donde los invitados casi cobran más importancia que el supuesto protagonista (Muriendo de Envidia, o Cambia). Tal vez contradictoriamente, C.Tangana deba parecernos más él mismo cuanto más difícil se hace identificar su rostro.

La segunda reacción nos lleva a sospechar. Cuando se habla de que un artista ha completado una trayectoria, un viaje creativo, la palabra completar adquiere un misticismo que vale la pena desempacar. Frecuentemente leemos la vida de un pintor o poeta a través de períodos, los años de juventud y la madurez, por ejemplo. Leemos que entre ambos hubo una década de transición en los que el artista luchaba contra convenciones y estilos previos para llegar a una nueva estación cultural en la que poder reposar. Pero la idea de que los artistas tienen una trayectoria vital identificable, que empieza en A y termina en B, merece examen. Las vidas de los artistas tienen una trayectoria, sí, pero esa trayectoria no tiene ninguna dirección, no termina (a menudo ni tan solo con la muerte), y las narrativas añadidas a posteriori suelen ser imposiciones arbitrarias. No hay un período de juventud y una madurez final: todos los períodos son períodos de transición y sus nombres solo etiquetas que usamos para intentar organizar el caos.

Hay, pues, una sensación razonable de que C.Tangana “se ha vuelto sí mismo” con su último álbum, y no obstante esta idea nos parece absurda porque “se ha vuelto sí mismo” a través de un progresivo abandono de toda personalidad estable. Es difícil saber qué hacer con tal ambivalencia y tampoco estamos seguros de que esta sea útil para comprenderle. Además, el argumento se complica con la asunción de que C.Tangana ha completado su viaje porque ha “vuelto a las raíces” en relación a que ha retomado lo popular-tradicional, la música folclórica española y latinoamericana. Pensar que una trayectoria artística se completa en el momento en el que se vuelve a las raíces es atrevido, pero creer que las raíces de C.Tangana, un músico criado en los años 2000 en una capital europea durante la época alta de la globalización, son el flamenco español y el folclore latino, es disparatado. Últimamente hemos visto expresiones artísticas locales o ‘nativas’ ser aplaudidas por el simple hecho de ser locales, comprensible después de unos años en los que la dominante música indie premiaba el desarraigo, pero no necesariamente positivo o encomendable. Esta tendencia puede simplemente responder a una deriva más de un libre mercado exhausto, en el que los agentes económicos deben competir a través de la diferenciación y recurren a lo nacional o a una supuesta identidad propia para hacerlo. Además, la reverencia a la cultura localista es una deriva reciente y principalmente americana que los localistas deberían rechazar por foránea. Sea como sea, en una entrevista concedida a La Razón a finales de febrero, C. Tangana explica como lo ‘tuyo’ es lo que permite a uno ser original como músico y encontrar un nicho de mercado en la industria musical global. Dejando de lado los adecuado que sea para C.Tangana llamar a esas corrientes culturales y artísticas ‘suyas’ (más que el rap americano, el pop dosmilero o el indie con los que creció) y la relación incestuosa entre C.Tangana y el capitalismo, el énfasis en lo propio sorprende de un cantante que en la misma entrevista dice ‘estar siempre huyendo del personaje que es en el momento’ y nos da una imagen más compleja de la relación entre identidad e impersonalidad en su música de lo que a primera vista podría parecer.

El segundo juicio trata de las acusaciones que ha recibido el nuevo álbum de reproducir una masculinidad tópica y superada. Entendemos que no están sin fundamento: canciones como ‘Demasiadas Mujeres’ o ‘Comerte Entera’ describen (a priori) clichés masculinos como la conquista sexual, la consideración de relaciones sexuales como objetos de valor acumulables o lo incontrolable del deseo masculino —que se acerca peligrosamente a narrativas que relativizan la violación. En los videoclips vemos principalmente representaciones de belleza femenina estereotípica, donde ellas a menudo juegan un papel secundario o subordinado al protagonista. En ‘Hong Kong’ o ‘Demasiadas Mujeres’ escuchamos frases desafortunadas (no sabemos si por lo moral o lo estético) como “Tengo una flor en el culo y una geisha en Japón’ o ‘no he olvidado el olor/ de la que me follé en el baño de un garito en Berlín/empujándola como un animal’, que recuerdan a lo peor del imaginario beatnik masculino.

Un artículo publicado recientemente en eldiario.es analizando el tratamiento de la sexualidad en el nuevo disco concluye con lo siguiente: “A la luz de los videoclips del artista madrileño, resulta difícil ver la crítica y la voluntad de cambio en el modelo de masculinidad propuesto. Por contra, destacan una serie de ideas que la han sustentado desde hace generaciones.” La evidencia es abundante en este sentido. A pesar de que en algunos de los temas haya ambigüedades (como en ‘Párteme la Cara’, donde una letra violenta y chulesca contrasta con un tono menor, intimista, o en ‘Cambia’, donde sentimos la dificultad de abandonar modelos profundamente asentados) respecto a la postura de C.Tangana en relación al genero y la sexualidad, no parece exagerado llamarle machista, o como él mismo se califica, heterazo.

Sin embargo, hay un par de detalles que merecen ser matizados. Esta línea crítica toma la premisa de que la voz del cantante es autobiográfica, es decir, que lo que dicen las letras del álbum es lo que piensa Anton Álvarez, y tal vez, de una forma más sutil o perversa, que un artista debería limitarse a hacer pedagogía o política. Sabemos de la literatura que entender un texto como la expresión directa de la conciencia del artista es insuficiente. Un novelista puede hablar en primera persona y el lector entiende que lo que expresa el narrador no necesariamente coincide con lo que piensa el escritor. Esto adquiere una importancia crucial en el caso de un cantante que se distingue por distanciarse permanentemente de la voz propia y que ha experimentado cantando desde diversos puntos de vista, como es el caso del single ‘Nunca Estoy’, en el que interpreta a una mujer. ¿Por qué no considerar al resto de canciones como expresiones de personajes dependientes, pero no representativos de, Antón Álvarez?

Tampoco tenemos ningún motivo para asumir que dichas letras están pensadas para ser leídas como apología de una masculinidad oxidada en vez de confesiones de un hombre luchando con un sexismo que es incapaz de erradicar. De hecho, el tono decadente y penoso de muchas de las canciones (‘Un Veneno’, ‘Nominao’) deberían mas bien invitarnos a pensar en ellas como en las confidencias de un varón al que le desagrada su propio comportamiento y aún no sabe como lidiar con ello. En ese sentido, el álbum refleja fielmente el sentimiento de una generación, la de C.Tangana, que ha quedado atrapada entre unas expresiones de masculinidad problemáticas y obsoletas de la generación anterior, y algo nuevo que sabemos que empieza pero que aún no ha terminado de perfilarse.

Se podría alegar que el sentimiento que percibimos en C.Tangana es demasiado complaciente, que más que una admisión de culpa vemos en el álbum una celebración indulgente del privilegio masculino, y me parece que estaríamos en lo cierto. Sin embargo, también podemos tomárnoslo como una prueba de su complejidad y su riqueza y tal vez más veraz a la posición de muchos hombres hoy: una masculinidad que nos incomoda e intoxica, sí, pero también y tal vez ante todo un privilegio que explotamos y a menudo disfrutamos. Tal vez esta sea la crítica más contundente. Al fin y al cabo, ¿nos creeríamos el álbum si todo fuese culpa, arrepentimiento y liberación?

C.Tangana es un artista difícil, desconcertante, que a menudo no gusta, que cae mal a muchos y al que tantos otros adoran. Ha participado en Gran Hermano y colabora con el Niño de Elche. Sale en Movistar TV y se le ve tomando cañas en la capital. Ambiguo en su posición entre pop y vanguardia, también lo es con los valores estéticos y morales que su trabajo invocan. Está abierto a ser retado y es crítico consigo mismo, pero no siempre es fácil separar la arcilla del barro. Es un artista de nuestra época, un producto del capitalismo, el patriarcado y el colonialismo, consciente de su posición pero inseguro de que hacer con ello. Más que como lucha su último álbum se nos presenta como confesión: es nuestra tarea decidir si eso en sí mismo constituye una lucha. Para los que queremos seguir disfrutando de C.Tangana tal vez sea oportuno recuperar la extrañeza del nombre y borrar su rostro. “El Madrileño” nos invita a pensar no en Antón Álvarez, sino en un ciudadano invisible, un urbanita español, con sus problemas y complejidades, con una identidad mal definida, incompleta, a menudo contradictoria, con una sexualidad controvertida, incesantemente perseguido por un pasado que no termina de pasar.